Entre los indígenas kogui, tener un mito y vivirlo representa una experiencia de salud, o al menos de una tendencia constante al equilibrio personal y colectivo en lo emocional y lo físico, esto es, porque el mito como herramienta psicológica es connatural al ser humano, un pensamiento concreto que permite integrar, que si bien son narraciones fantásticas están vinculadas a lo humano, a la búsqueda humana de la felicidad por medio del entendimiento.
Podría afirmarse, entonces, que conservar el mito es al tiempo, una experiencia de sentido en la medida en que configuran experiencias humanas en relatos que luego sirven de guía, como una forma de comunicarse consigo mismo y con el mundo, a través de la cual el ser humano experimenta una sensación de bienestar y seguridad.
Para los indígenas kogui todo está escrito en el mundo, las formulas, las recetas, todo, está escrito en las montañas, en los ríos, en las nubes, y a través de ese lenguaje, comprende lo que es el, y que es todo lo que le rodea, en palabras de M. Eliade, para los indígenas kogui, el mundo es viviente, articulado y significativo, le informa al hombre acerca de los principios naturales de la existencia de lo material y lo espiritual. “El hombre lee lo sagrado primero en el mundo, en algunos elementos o aspectos del mundo, en el cielo, en el sol y la luna, en las aguas y en la vegetación; el simbolismo hablado remite de esta forma las manifestaciones de lo sagrado, a las hierofanias, donde lo sagrado se muestra en un fragmento del cosmos…” (Ricoeur, 2004, Pág. 176)
De allí, que la garantía para la conducción adecuada de la vida tanto psicológica y física de los indígenas kogui, sea el poder conocer y leer los mensajes de la naturaleza, lo que expresa la experiencia mítica de acceder al conocimiento ancestral que permite la vida. Ahora bien, más específicamente, el Mama vive la experiencia de “volver al origen” que es aquella que da lugar a la repetición como una experiencia saludable, ya que le permite situarse en el cosmos de manera consciente y asumir una posición especifica frente a este.
Por medio de la ceremonia ritual, el canto y los gestos, el Mama vuelve al comienzo, y lo trae al presente, de tal manera que actualiza los valores y las creencias que permiten el sostenimiento del mundo, y a través del miembro de la comunidad tiene la posibilidad de acceder a esta experiencia de salud, en ambos casos, tanto en el Mama como en el kogui común, existe la manera de vincularse con lo sagrado en tanto, se concibe como una experiencia personal e intima.
¿Cómo se vincula el Mama y el miembro indígena kogui? La experiencia mítica implica la presencia de un lenguaje, la palabra que nombra y modifica estados de conciencia, algo que se dice produciendo un significado ha hecho concreto en donde un objeto o una acción se hacen reales, así es como una montaña que nosotros vemos como montaña se convierte para el indígena kogui, en un sitio sagrado, a través de la palabra que da vida, así es como se le da sentido a lo que no lo tiene a través del mito.
También, sucede así con el saneamiento, una oración que tal vez no representa ningún sentido para nosotros, para los indígenas kogui lo tiene, por esto, encontramos un canto para cada especie de la naturaleza que establece un nivel de comunicación existencial con aquello viviente. El acto de la confesión y el saneamiento implican esta fe en el sentido de la que habla V. Frankl en su libro La presencia ignorada de Dios la cual otorga la facultad al lenguaje de hacer emerger vida donde no la había, por lo tanto, si bien el mundo ya tiene un sentido para los indígenas kogui, se actualiza por medio del lenguaje y la fe en el sentido, esto es la religiosidad como una experiencia saludable.
El panorama se aclara en relación a la función del mito en un sentido existencial, de tal manera que no contradice el sustrato ontológico de la existencia sino que expresa la dinámica interna del ser, entendiendo el mito, como una experiencia humana de sentido. Algunos autores como Duch (1998), entienden el mito o la miticidad como un atributo de lo humano, la característica humana de buscar y dar sentido a la vida a partir de contradicciones y preguntas vitales en la existencia humana, es decir, el esfuerzo humano por conciliar lo caótico inherente también a la vida humana.
Duch (1998) afirma que el mito tiene una función teodiceica que se trata, precisamente de conciliar y armonizar las fuerzas contradictorias en las que se disputa todo lo que es humano, este autor organiza este planteamiento en el ámbito de lo social, es decir, que entiende que los elementos culturales son conciliadores y que son aportes desde la creación o la participación que hacen los miembros de una comunidad para trascender el mundo y garantizar su propia trascendencia a través de eso.
Igualmente, considera Frankl, al referirse a la crisis noogena, como una experiencia de conflicto axiológico en el que se pugnan fuerzas opuestas, pero que resulta en la vivencia de un sentimiento de alivio y seguridad que ofrece toda construcción de sentido como el mito. De tal forma, que toda configuración de sentido parte y concluye en la vivencia mítica de algo que en primera instancia fue vivido, concretamente. Así todo sistema simbólico constituye un medio para conciliar las contradicciones humanos tanto en el ámbito de lo privado como en lo público.
Probablemente, la siguiente cita de Lluis Duch nos aclara la experiencia mítica como una experiencia de salud, “el mito ha realizado-y realiza- una saludable función teodiceica ya que lleva a cabo una verdadera […] reconciliación entre los aspectos más contrarios y mutuamente excluyentes de la existencia humana” (Duch, 1995, Pág. 34).
La salud implica la valoración de aquello que se nos presenta en conflicto tanto personal como colectivo de una manera consciente, para esto es necesario tener una relación asertiva consigo mismo y con aquello que somos en totalidad, es decir como seres individuales y sociales en una unidad. Rollo May afirma que los mitos confieren nuestro sentido de la identidad personal al responder la pregunta por el ser, que se pregunta el individuo que inevitablemente esta inmerso en un universo cultural que le colabora en la integración de valores personales y sociales.
De este modo, las contradicciones y los conflictos que por sí solo están contenidos en el mundo y que además se encuentran en cada individuo producen ansiedad, ¿es posible que esta ansiedad sea una experiencia que puede atribuirse a la humanidad en un sentido global, y que constituya el principio de toda creación humana? Probablemente, si, en la medida en la tendencia en que resolver la ansiedad resulta, si es saludable, en la creación material o espiritual de un sentido.
El concepto de ansiedad en el marco de la psicología existencial se define como “un estado en el que se dan afectos contrarios que las personas que lo están vivenciando sienten como significativo y expresivo de la incertidumbre que amenaza al menos uno de los proyectos en que el entendimiento de mismos está basado” (Fischer, citado en De Castro y García, 2008).
Es más claro, observar en el indígena kogui de hoy esta experiencia de ansiedad, en su aspecto puramente ontológico, de “no ser” como expresa Rollo May como una medio de creación y valoración de la realidad; la amenaza inminente de la extinción de los valores culturales que expresan la individualidad de cada miembro de la comunidad kogui se convierte en un posibilidad de valorar, dar significados a sus acciones, y tratar de afirmar o preservar aquello que consideran importantes en sus vidas, en el caso de la comunidad kogui, esto es, ser indígenas, lo cual implica una conducta saludable. Para May, los mitos son propios de una sociedad sana, y necesario para la adquisición de la salud mental, “sin el mito somos como una raza de disminuidos mentales, incapaces de ir más allá de la palabra y escuchar a la persona que habla” (Pág.24, May, 1991)
En conclusión, la salud mental se relaciona íntimamente con las creencias y sentimientos del grupo que sostienen el sentido y el significado de la vivencia individual de un ser humano. En este orden, cuando hacemos parte de un grupo y reconocemos nuestra individualidad al tiempo que nuestro grupalidad somos capaces de encontrarnos con nosotros mismos y los demás de forma honesta. Es por esto, que conocer el pensamiento indígena marca una pauta en el trabajo clínico terapéutico ya que reafirma la importancia del mito como elemento vital del individuo y del grupo en la medida en que se convierte en una ventana para el conocimiento y el enriquecimiento de los procesos personales y grupales de una comunidad